Cambiar el comportamiento de las fosas nasales absolutamente congestionadas. Se puede beber el agua mientras espera a
Frédéric Beigbeder, pero no va a llegar, a nadie le importa igual, así salir, la tarde que trae recuerdos inciertos de la infancia, una sirena de ambulancia, el barrio pobre zona industrial, pensar entre tanto que es posible dejar de utilizar la puntuación y hacer todo como un gran bloque impenetrable, algo de lo que anda leyendo siempre en el transporte público, esa definición de que cada párrafo es una sobredosis de actos y sentimientos, pero nunca tratados epistemológicos propios de seres modernistas porque entramos en una generación débil.
Transcurre la tarde, y estar seguro que no va a pasar nada, sobretodo después del evento de anoche, el lanzamiento de ese libro [¿serie de libros?] de fotografía nacional, una buena velada, buena gente como si fuéramos personajes de Rodrigo Fresán [y que raro que justamente una de las reseñas de Frédéric Beigbeder sea de Rodrigo Fresán, todo termina comunicándose diría la chica con la que vivió en Buenos Aires] del libro tan denso como Borges, y este lleva a otro, ese compañero de trabajo que en medio de carácter infernal decía con toda certeza que detestaba Borges, no es para todos, de hecho siempre se ha pensado que la mayoría prefiere tener la misma opinión antes que entrar en conflicto.
Ahora se piensa en la forma, que en verdad no importa, pero otro más cercano la cataloga como lo fundamental, pobre_tipo_sin_estética (paradoja), el otro más cercano a las chicas, diestro en ética, llega la oscuridad y en verdad es triste dejar el rojo-naranja-púrpura de la tarde, era un día hecho para evidenciarla, acompaña la botella plástica que dio nombre al título.